LEGION DE MARIA

Tuesday, September 27, 2011

San Vicente de Paúl y la Virgen María (Primera parte)

San Vicente de Paúl y la Virgen María


I.- INTRODUCCIÓN

Cuando se evoca al señor Vicente, nos viene a la mente, para calificar su camino espiritual, hablar de su devoción mariana y, todavía menos, de la teología que de ella se deriva. Vicente es un hombre de la Encarnación. Su puesta en práctica del evangelio es una larga meditación de Cristo encarnado, evangelizador de los pobres.

Sin embargo, no es preciso negar a san Vicente su amor a la Madre del Redentor. Vicente tiene conciencia de su presencia discreta y humilde a lo largo de toda su vida. No cesa de invocarla y de citarla como ejemplo. Para Vicente, María tiene un lugar privilegiado en el misterio de la salvación. Tal como se puede leer en los evangelios, ella es la que vela, sin decir palabra, salvo la alabanza del Magníficat, sobre los hijos que Dios le ha confiado por amor, como él le confió a su Hijo único.

II. MARÍA Y VICENTE DE PAÚL

Vicente de Paul nos invita a entrar en ese movimiento; él iluminará sin cesar nuestro “carisma” particular para ponerlo a punto y siempre al servicio del más pobre, bajo la mirada de María.

2.1.- Vicente y sus escritos sobre María

No hay por qué esperar encontrar en Vicente una conferencia entera acerca de la Virgen y menos aún una enseñanza teológica sobre ella. No era ésa su finalidad. Vicente creía en María, en su humildad fecundante, en su discreción intercesora, en su amor bienhechor, en su presencia benévola.

Así dirá que María ha estado presente en todas las etapas espirituales que él ha vivido. A lo largo de las, más o menos, 8.000 páginas de Coste, María es la que, aún siendo citada parsimoniosamente al final de una carta o de una conferencia, es propuesta como ejemplo de sierva a sus Hijas de la Caridad y a sus Hermanos y Sacerdotes de la Misión: “Soy en el amor de nuestro Señor y de su santa Madre, señorita, su muy humilde servidor” (I, 107).

Vemos igualmente que la presencia de María atraviesa las Reglas Comunes de la Misión (IV. 1; V. 1; X. 4) y colorea los Reglamentos de las diversas Caridades difundidas en los viajes de Vicente.

Sin embargo, siempre es posible un intento de síntesis si se tienen presentes los casi 80 escritos desparramados aquí y allí en los tomos de Coste, pero sin intentar hacer decir a Vicente lo que nunca dijo.

2.2.- ¿Quién es María para Vicente?

No es la teología de la época de San Vicente eminentemente mariológica. De ahí que objetivamente, no podemos hablar de “doctrina” mariana en él. Le haríamos decir entonces al santo lo que él nunca dijo o escribió. Vicente nos indica solamente lo que María es para él. Es una guía discreta en el camino difícil del evangelio. Nos envía una y otra vez a aquél a quien buscamos. María recibió en su carne virginal al Hijo, de cuya alimentación tuvo el encargo y sobre el que veló incesantemente a pesar de la incomprensión y la espada en su corazón.

Recogía en su corazón las palabras de su Hijo; se llenaba de ellas y las meditaba luego, de forma que no perdía nada de todo cuanto decía, si la santísima Virgen…no dejaba de recoger con esmero las sagradas palabras de su Hijo, ¿qué no hemos de hacer nosotros por intentar conservar en nuestros corazones la unción de estas santas palabras?” (IX, 370-371).

2.3.- María, modelo ejemplar

Ella es, desde entonces, el modelo ejemplar de los que quieren seguir a Cristo dándose a él: ella es Sierva, humilde Sierva y “os tiene que servir el ejem­plo de la santísima Virgen” (IX, 97). Ejemplo y modelo de la sierva: ésas son preci­samente las palabras que más exactamente definen a María, un modelo ejemplar lleno de cualidades en las que nuestra meditación siempre hallará temas:

María es muy obediente con Dios: “Entretanto, honremos la paz con que acep­tó la santísima Virgen, la voluntad de Dios en la muerte de su Hijo” (VII, 360).

María es la modestia misma: “Tenía tan gran modestia y pudor… que se turbó, sin mirarlo” (al ángel) (IX, 97).

María es discreta: “es mantenerse retirada, como lo hacía la santísima Virgen, sin hacer ninguna visita inútil y hablando poco” (IX, 315).

María, limpia de pecado: “La santísima Virgen no pecó jamás” (IX, 553).

María es la intercesora: “Recemos a la santísima Virgen, para que ella pida a su Hijo por nosotros” (IX, 733).

María es humilde: “¿Qué es lo que movió Dios a fijarse en la Virgen? Nos lo dice ella misma: «Fue mi humildad»” (IX, 1077), o también Vicente se dirige a María: “Se debió precisamente a tu humildad el que Dios hiciera en ti cosas grandes” (IX, 965).

María es perfecta: “Solamente Jesucristo y la santísima Virgen han estado libres de imperfecciones” (IX, 1031).

María es llena de gracia: “Cuando el ángel fue a saludar a la santísima Virgen, empezó por reconocer que estaba llena de las gracias del cielo” (XI, 606).

María es virgen: “Su madre siguió siendo virgen y fue siempre casta” (XI, 679).

María es inmaculada: Dios, “no encontró a ninguna tan digna de esta gran obra como la purísima e inmaculada Virgen María” (X, 43).

María es perseverante: “Perseveró en medio de todas las dificultades que se pre­sentaron durante la vida y hasta la muerte de nuestro Señor” (X, 937).

Todas sus cualidades y virtudes permiten comprender la misión de María y pueden resumirse así en una sola: María es la sierva del Señor: “Bien; es Dios el que así lo quiere; Yo soy la esclava del Señor; ¡que se haga en mí según su palabra! Esto es lo que quiere decir: “Ecce ancilla”. Y a continuación se dice: El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (IX, 1104).

Eso está muy lejos de una definición “dogmática” del misterio mariano. Vicente confía en ese movimiento popular que se adhiere a la oración a María, sin olvidar por ello el sentido más importante a sus ojos: María, esclava de Dios, santísima Virgen, es la que nos lleva al Hijo único y es, en ese sentido, cómo puede acoger nuestra oración.

2.4.- Vicente y sus escritos sobre María

Esta claro, que en los textos de San Vicente la Virgen María es siempre un modelo y ejemplo para la vida cristiana, para el seguimiento de Cristo evangelizador y servidor de los pobres. A Ella se encomienda nuestra llamada y nuestra misión.

“Le aconsejo que confíe usted mucho en nuestro Señor y en la ayuda de su madre, la Virgen inmaculada” (IV, 551).

María, la esclava de Dios, es presentada aquí como “asociada” a la obra del Hijo. Está unida a la salvación que él ofrece. Ella es el manantial de esta gracia divina “de cuyo canal procede toda misericordia” (IX, 1148). María está en comunión estrecha con ese manantial de Vida para interceder eternamente en nuestro favor humillándose por nosotros ante su Hijo (X, 834) y el deseo de humildad de la Virgen es un espíritu de sumisión lleno de gracia divina (Cfr. IX, 1064).

2.5.- Su oración mariana

Vicente está persuadido de la presencia de María a su lado. En su plegaria, escribe:

“Dios mantuvo siempre en mí una esperanza de liberación, gracias a las asiduas plegarias que le dirigía a él y a la santa Virgen María, por cuya intercesión yo creo firmemente que he sido libertado” (I, 80).

Estamos en 1608 en el momento en que Vicente se deja verdaderamente burilar por el Espíritu de Cristo para ser el instrumento de su amor que se derrama en sus fundaciones. Es también la primera carta (enviada al señor de Comet) que conocemos de Vicente en la que se menciona a María.

Por lo que toca a su “juventud mañana”, según Abelly, no sabemos nada coherente acerca de su infancia, exceptuando que celebró su primera misa en un santuario escondido de nuestra Señora.

2.6.- La verdadera devoción mariana

Recordemos en primer lugar la Bula de Aprobación de la Misión (12 de enero de1633): “Promoverán también el culto especial a la santísima Trinidad, el sagrado misterio de la Encarnación y a la bienaventurada Virgen María, Madre de Dios” (X, 308).

A Vicente le gustaba recordar a sus discípulos la necesidad de orar a María:

“Recemos a la santísima Virgen que, mejor que ningún otro, penetró en su sentido y las practicó” (XI, 428); y aún concreta más: “Hijas mías, os exhorto a que tengáis siempre mucha devoción a la Virgen” (IX, 213).

Igualmente, le gustaba recordar la intimidad que unía a María con su Hijo: “Nuestro Señor… vivió siempre con san José y la santísima Virgen” (XI, 515), y aún más. “Obedeció a Dios su Padre… obedeció a su madre” (XI, 688), comprobando de la “santísima Virgen… que recogía en su corazón las palabras de su Hijo…no perdía nada de todo cuanto decía” (IX, 370).

María es la que se pone al servicio del Hijo, para que atienda plenamente a su Misión y “para ser verdaderas Hijas de la Caridad, hay que hacer lo que hizo el Hijo de Dios en la tierra… Después de haber sometido su voluntad, obedeciendo a la santísima Virgen y a san José, trabajó continuamente por el prójimo, visitando y curando a los enfermos, instruyendo a los ignorantes para su salvación” (IX, 34). Entonces, para hacer la voluntad de Dios, “Hijas mías, …recurramos a la Madre de misericordia, la santísima Virgen, vuestra gran patrona” (IX, 1147).

En efecto, Vicente de Paúl “no ofrece otro modelo que esta Virgen de religión, paz, de abnegación silenciosa” (1), porque “santísima Virgen, humilde sierva de los pobres, tú que hablas por aquéllos que no tienen lengua y no pueden hablar” (IX, 733). La devoción propuesta por san Vicente de Paúl no es, pues, “elemento accesorio y sobreañadido al culto de la santísima Trinidad y del Verbo Encarnado…Forma parte de su religión más íntima”. (2)

2.7.- Oraciones Marianas y Vicencianas

Además de los medios tradicionales, como la oración espontánea de petición, de acción de gracias, personal y comunitaria, además de la oración y la repetición de oración, además también del ayuno celebrado la víspera de las fiestas de nuestro Señor y de nuestra Señora (Cfr. IX, 1153), Vicente sugiere tres caminos posibles para rezar a María: el Ángelus, el Rosario y las Letanías.

a) El Ángelus

El Ángelus se dice al terminar la oración de las Hermanas. Se empieza con la serial de la cruz y se dice:Angelus Domini nuntiavit Mariae, et concepit de Spiritu Sancto”.”Se trata de una oración que se hace para dar gracias a Dios, por haber venido a este mundo a encarnarse por nuestra salvación” (IX, 1104), le gusta decírselo así a sus hijas. La oración del Ángelus le recordaba a cada uno el enraizamiento de la misión en la Encarnación y en el Amor de Dios para todos, porque “ha puesto sus ojos en su humilde esclava” (Lc 1, 48). El tema de la disponibilidad es el que mejor califica esta plegaria. El Ángel se pone a disposición de Dios y de María que dice su “fiat” del don total. Esta oración sencilla es la oración de acción de gracias, “seguramente lo sabéis, pero conviene renovar estas ideas de vez en cuando” (IX, 1105), porque la acción de gracias es constante, cuando se hace la voluntad de Dios, como María.

b) El Rosario

El Rosario debe ser rezado lo mismo por los Misioneros que por las Hijas de la Caridad, siguiendo el ejemplo de Francisco de Sales. En efecto, Vicente decía de él:

“Nuestro bienaventurado Padre decía que, si no hubiese tenido la obligación de su oficio, no habría dicho más oración que el rosario…lo rezó durante treinta años sin faltar nunca, para alcanzar de Dios la pureza por la que él concedió a su santa madre, y también para bien morir” (IX, 212-213).

El Rosario es para Vicente una oración en la que se manifiesta, también en ella, todo el misterio de la Encarnación. Es la oración del pobre, pues lo pone, al rezarlo, en gran dependencia de Dios, en estrecha relación de amor con él, por intercesión de María. Es también, para san Vicente, una oración muy importante, porque con él puede suplirse la oración en caso de dificultad (IX, 212) y cuando se sabe el afecto que sentía por la oración, fácilmente se imagina lo que representaba para él la humil­de plegaria del Rosario.

El Rosario, que tanto los Misioneros como las Hijas de la Caridad debían llevar a la cintura, y sobre el cual no había que dudar en poner la mano “al comienzo de cualquier acto o de cualquier charla” (IX, 53), podía servir de breviario para las Hijas de la Caridad (IX, 1146) con la oración del “Pater noster” y la meditación del “Ave María”, directamente inspirada por el Espíritu Santo (Cfr. IX, 1145).

c) Letanías

Nos han llegado pocos detalles sobre este tercer modo de rezar a la Virgen. Sin embargo, cantar las letanías de María, a veces asociadas a las de Jesús, permitía ini­ciar el día o, a veces, la reunión de la Caridad, por ejemplo, en Châtillon. “El orden que se observará en estas asambleas consistirá en cantar ante todo las letanías de nuestro Señor Jesucristo o las de la Virgen, y decir luego las oraciones que siguen” (X, 581).

d) Los misterios de María sierva

Dios “no encontró a ninguna (mujer) tan digna de esta gran obra como la purí­sima e inmaculada Virgen María” (X, 43). Vicente invita a sus Hijas y Misioneros a sumergirse en cuerpo y alma en el amor infinito que Dios ofrece a María, preparán­dola para que llegue a ser madre de su Hijo y esclava del reino.

A imagen de María, todos deben dejarse limpiar para dejar penetrar el don del Hijo y tener de ese modo un profundo aprecio de Dios, “y este aprecio tiene que hacernos anonadar en su presencia” (XI, 412). En su Inmaculada Concepción, María nunca cesa de dar gracias a Dios por el don misterioso que le ha hecho. Ella nos muestra así el camino de la alegría en el servicio evangélico de los más pobres.

e) La Anunciación

Es, por definición, el misterio de los pobres. María representa la muchedumbre de pobres que ponen su esperanza en Dios y a quienes Dios responde por amor. Vicente nos recuerda que “es entre ellos, entre esa pobre gente, donde se conserva la verdadera religión, una fe viva; creen sencillamente, sin hurgar”(XI, 120). Es en ese misterio, donde la humildad de María se revela magníficamente. Es una humildad anunciadora que permite la obra de Dios venir a encarnarse; entonces, no endurezcáis vuestro corazón,“recurrid a la santísima Virgen, pidiéndole que os obtenga de su Hijo, la gracia de participar de su humildad, que la hizo llamarse esclava del Señor” (IX, 1077).

f) La Visitación

Este misterio tan bien meditado por Francisco de Sales hallará su plena realización con san Vicente. En efecto, impulsado por la realización de las visitandinas de monseñor de Ginebra, Vicente fundará “las visitandinas de los pobres”, orden no religiosa que podía fácilmente visitar a la pobre gente del campo, visitar como María visitó a su prima. La Visitación así realizada es la continuación de la de María. Se trata de llevar a Cristo, yendo a su encuentro, dejándose interpelar por el más pobre que lleva en sí mismo la santa imagen divina. Vicente se sirve a menudo de este misterio para explicar a las Hijas de la Caridad la necesidad de la visita a domicilio. Igualmente les dice que debe hacerse con un corazón lleno de Dios,“hay que hacerla pensando solamente en Dios y como la hizo la santísima Virgen, cuando fue a visitar a santa Isabel, esto es, con toda mansedumbre, con amor, con caridad” (IX, 246).

San Vicente nos ha entregado aquí su “pequeño método” para rezar a María. Ella es siempre y para siempre la humilde Servidora de Dios y la que nos pone en el camino difícil del servicio evangélico del más pobre. A su manera, María nos lleva a cada uno hacia Cristo, porque es en él solo donde encontramos al pobre y donde podemos amarlo con un amor gratuito. Así, hoy como ayer, “es necesario que nos esforcemos por hacer que reine Dios plenamente en nosotros, y luego en los demás” (II, 82).

*A JESÚS POR MARÍA*

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